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sábado, 21 de marzo de 2015

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Soníos Negros, Arquitectura Blanca. 




El pasado sábado, 7 de marzo la compañía Jerez Puro cerró la edición XIX del Festival de Flamenco de Jerez con el espectáculo Soníos Negros.


El flamenco desde hace más de dos siglos está íntimamente ligado a la ciudad histórica de Jerez, y más precisamente a los barrios extramuros de Santiago y San Miguel. Antonio Chacón y Manuel Torre, cantaores insignes de final del siglo XIX son por derecho los pesonajes más representativos de esos barrios donde se ha fraguado a lo largo del tiempo esa simbiosis entre el flamenco y la ciudad, entre el duende y la arquitectura, entre el quejío y la alegría, entre lo negro y lo blanco, entre el el cante, el baile, el toque y el compás y el patio, la cal, los jazmines y los limoneros.

María del Mar Moreno y Antonio Malena son también una simbiosis, ambos personas ilustradas, ambos mujer y hombre cabales, modernos, auténticos y aferrados a la pureza del flamenco. Antonio canta y Maria del Mar baila. En la calle, en la vida, son personas alegres y divertidas, en el teatro profundizan en lo más hondo de la pena para representar el dolor, la negrura que el flamenco puro arrastra. En unión de Paco Sánchez Múgica, autor del guión y de Gaspar Campuzano, en la dirección artística, y de otros maravillosos profesionales, actrices, cantaores, guitarristas, etc., compusieron un hermoso paisaje de interior para representar la vida, y la muerte, no podía ser de otra forma, de Manuel Torre. Con tan sólo dos biombos de madera recrearon sobre el escenario diversos lugares de la ciudad, un tablao de Sevilla, un patio o una de esas calles a las que era tan usual sacar las sillas de la casa en las calurosas tardes de esos veranos pretéritos. Todo teñido de negrura.

Durante el siglo XVIII se producen en Jerez las grandes transformaciones de la ciudad a partir del auge económico de la industria del vino. Es también en ese tiempo en el que se inicia el asentamiento de los gitanos, principalmente en las ciudades andaluzas. En Jerez, las bodegas ocuparán los lugares centrales de la ciudad, junto a las casas señoriales y los conventos. La vivienda popular tendrá su lugar en los barrios extramuros. Más adelante, también las bodegas saltarán al exterior de la cerca histórica, continuando con su poderosa expansión que tendría el punto final en los años 60 del pasado siglo. En ese tiempo de desarrollo urbanístico industrial, la construcción se realiza con muros de tapial, a veces de ladrillo y, en los mejores casos, con piedra arenisca de la sierra de San Cristóbal, una piedra deleznable que debe ser protegida respecto de la humedad. Para ello desde antiguo se utilizaba la cal, en sus versiones de mortero (bastardo, mezclada con arena y agua) o enjalbegado (pasta de cal y agua). La utilización de estos materiales cercanos fue lo que dio a la ciudad su característico color blanco, el de la cal.

El negro y el blanco, la ausencia de luz, de color, y la máxima claridad, la suma de todos los colores, el carbón y la cal, fundidos en una mezcla del talento, del potencial, que tiene nuestra ciudad.

   

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