Publicado en Diario de Jerez el 28 de enero de 2015
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miércoles, 28 de enero de 2015
008
Arquitectura
que nace de la tierra.
Todos los seres pensantes, es decir, una parte de los humanos,
tienen o han tenido en la cabeza, en algún momento de sus vidas, un ideal de
casa. Algunos, los más afortunados, o los más
empecinados, consiguen construirla
antes o después. Otros, simplemente sueñan con ella. Entre los arquitectos
ocurre algo parecido, unos la construyen para sí y otros las construyen para
otros y se olvidan de la suya propia y simplemente sueñan con ella. Son tantas
las posibilidades que tiene una casa que no es fácil aceptar una sola como la
ideal, la perfecta, la elegida.
Con la edad, las ideas se van destilando y se desechan muchas, de
manera que acaban quedando solamente las
esenciales. El arquitecto Francisco Javier Sáenz de Oíza, que ha sido
autor de numerosas casas además de otros edificios importantes para la
arquitectura española del pasado siglo XX, siendo ya muy mayor dibujaba y
hablaba de su casa ideal refiriéndose a la casa de veraneo que se construyó en
el norte de la isla de Mallorca, cerca de Pollensa, lugar que conoció cuando
recibió el encargo de proyectar unas casas de vacaciones en la bahía de
Alcudia. Esa casa de verano, construida en el campo, en un lugar agreste, casi
sin agua, casi sin árboles, apenas algún olivo, la fue adaptando a lo largo de
los años, en función de sus necesidades crecederas y, también, de sus
posibilidades. En un documental emitido recientemente por la segunda cadena de
televisión Saenz de Oíza catalogaba su casa de verano como “arquitectura que
nace de la tierra”. Tanto él como alguno de sus hijos, arquitectos también,
describen el proceso de conquista del lugar a lo largo del tiempo.
El
documental muestra también algunos de los proyectos del arquitecto en materia
de viviendas, unas brillantes, como el famoso edificio de Torresblancas,
viviendas lujosas construidas en la avenida de América de Madrid, y otras que
generaron en su momento gran polémica, como las viviendas de la M-30, proyecto
que siendo igualmente brillante en su propósito no supo enamorar a los futuros
vecinos, que soñaban probablemente con una vivienda diferente a la que se les
ofrecía desde la administración pública.
No te mueras sin ir a Ronchamp (en referencia a la iglesia Notre Dame du
Haut, construida a partir de 1950 en un pueblo del noreste de Francia por Le
Corbusier) es una expresión con la que el arquitecto muestra su admiración
hacia el maestro francés y su obra como la esencia de la arquitectura del
movimiento moderno. El
documental, a través de las sentencias del arquitecto, siempre cargadas de
fuerza y de conocimientos, los recuerdos de sus hijos o las opiniones de antiguos colaboradores,
arquitectos ilustrados y brillantes, que destacan las cualidades principales de
aquél, muestra una
parte de la personalidad de este maestro de la arquitectura moderna española, su
capacidad de especular con las ideas, su ingenio, y sobre todo, en mi opinión, su arrolladora
personalidad, que también era en parte su defecto, y que solamente amortiguó al
final de su vida.
Para
la buena vida.
Para
facilitar la buena vida de nuestros semejantes es la principal razón por la que
los arquitectos hemos sido formados. En nuestra mano está tan sólo una parte
pequeña de esa buena vida que cada cual tiene que procurarse. Pero la sociedad
nos otorga la responsabilidad de proyectar la vivienda, el lugar sagrado en el
que cada familia ha de generar su vida; el espacio urbano, donde los ciudadanos
se relacionan; la ciudad, donde se agrupa la comunidad que genera los
ingredientes que hacen que nuestras vidas sean útiles, hermosas, apasionantes.
Para ello se nos inicia en el conocimiento de la historia de la arquitectura,
de las técnicas constructivas, de las reglas de la estática y de la estética,
además de otros muchos conocimientos técnicos y artísticos. Nos informan del
conjunto de leyes y normas que hemos de observar y nos dan un diploma que nos
acredita como aptos para ello tras unos años de preparación en las escuelas de
arquitectura. Demasiada presunción. Menuda responsabilidad.
Sáenz
de Oiza fue uno de los arquitectos españoles más significativos del pasado
siglo, autor de obras muy conocidas como Torresblancas, en Madrid o Aránzazu en
Pamplona. En la expo de Sevilla erigió el edificio de las Consejerías, que no
se llegó a concluir hasta unos años después, una pieza de planta circular
construida con bloque de hormigón visto que recuerda otro proyecto anterior:
las famosas viviendas de la M30, que fueron objeto de una gran polémica en el
Madrid de los ochenta, un edificio de viviendas públicas que se convirtió en
una discusión mediática por la confrontación entre vecinos y el autor del
proyecto. Fueron años de confusión, los arquitectos reivindicaban la libertad
creativa a la que por deber histórico están obligados; los vecinos, apoyados en
la recién estrenada democracia española, reivindicaban un lugar adaptado a sus
necesidades, requerimiento insoslayable para cada uno de nosotros, aunque
muchas veces inalcanzable para la mayoría. Mirando desde la distancia aquella
controversia, es fácil concluir lo equivocados que estaban unos y otros, menos
los vecinos, más el arquitecto, al que sin restarle ni un sólo ápice de
admiración y respeto, tanto por sus conocimientos y su brillante trabajo como
por el valor con el que enfrentó la situación, le faltó quizás un poco de
humildad para escuchar la esencia de lo que gritaban los vecinos. No siempre la
virtud coincide con la razón.
La
producción de la arquitectura provoca muchas situaciones que divergen de lo
esperado y que el usuario final, a veces, desconoce. Y seguramente influyen en
la satisfacción o no respecto del producto recibido. Es la arrogancia del
conocimiento. No enfrentes tus conocimientos con mis necesidades, ganan éstas.
Sin embargo, la arquitectura es un lugar riguroso, que además de satisfacer las
necesidades vitales de las personas ha de perseguir otras virtudes como la permanencia, la pertinencia,
la coherencia y, a ser posible, la belleza. Y todos estos conceptos no son
generalizables y necesitan ser explicados individualizadamente y sólo así, el
trabajo de los arquitectos podrá ser entendido y, en su caso, valorado.
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Etiquetas: arquitectura, viajes
viernes, 23 de enero de 2015
007
Publicado en Diario de Jerez el pasado 21 de enero de 2015
NATURAL
Natural Artificial es el título
de un ensayo publicado por los arquitectos Iñaqui Ábalos y Juan Herreros en el
año 1999 en el que retomaban, desde una mirada contemporánea de la
arquitectura, la discusión entre lo natural y lo artificial que se ha venido
manteniendo desde la antigüedad clásica hasta nuestros días. Ábalos es
actualmente Chairman en la Universidad de Harvard y Herreros, entre otros
importantes proyectos, está construyendo el Museo Munch de Oslo. Para Natural
Artificial los arquitectos reunieron en un pequeño y cuidado libro un conjunto
de proyectos, dibujos, fotografías y textos producidos por pensadores, artistas
y arquitectos contemporáneos. La primera de las imágenes al abrir el libro es
la de unos ovnis inspeccionando un lugar desierto, montaje realizado por Bigas Luna, perteneciente, al parecer, a un
antiguo guión que aspiraba convertir en película con Andy Warhol como
protagonista. Le siguen imágenes de la Terminal Marítima de Yokohama en Japón, una
intervención que hizo famoso al joven arquitecto español Alejandro Zaera;
Viviendas medioambientales en Madrid de Ana Valenzuela; el Aviario del Zoo de
Londres, de Cedric Price; una fotografía de Mies Van der Rohe visitando las
obras de la casa Fansworth; y así hasta un centenar y medio de fotografías y
dibujos, todos ellos estupendas representaciones donde la naturaleza, lo natural,
se mezcla de manera armónica o contradictoria o fluida o áspera con la obra del
hombre, con lo artificial, con el artefacto.
Terminada la sucesión de imágenes,
sin solución de continuidad, se nos muestran textos brillantes sobre la ciudad:
“Arquitectura para los que buscan el Conocimiento: Llegará el día -muy pronto
quizás- en que se reconozca lo que les falta a nuestras grandes ciudades:
lugares silenciosos, vastos, espaciosos, para la meditación, lugares con largas
y elevadas galerías...” (Nietzsche); Toyo Ito, arquitecto japonés, reflexiona
sobre el papel de la arquitectura como envoltorio de los acontecimientos que
importan al hombre; Michel Serres, filósofo francés que ha investigado sobre la
historia universal de la ciencia y la comunicación universal entre disciplinas;
El cuerpo cristalino de la ciudad, texto de Herzog y De Meuron; Gilles Deleuze
y Félix Guattari; el materialismo de lo incorpóreo de Sandfor Kwinter.
Se trataba con estas citas
textuales y de imágenes redefinir los conceptos de lo natural y artificial,
reivindicando para la arquitectura “una visión diferente de manera que el
paisaje pierde su inercia y pasa a ser objeto de transformaciones posibles; es
el paisaje el que puede proyectarse, lo que deviene artificial. Al mismo tiempo
la arquitectura inicia procesos aún difusos de pérdida de definición
tradicional en los que es obvio un interés creciente por incorporar una cierta
condición naturalista tanto en los aspectos geométricos y compositivos como en
los constructivos, a la búsqueda de una sensibilidad medioambiental y de una
complejidad formal que respondan con precisión a los nuevos valores de nuestra
sociedad.”
El resultado es un libro que nos
muestra que la belleza es posible, que existen múltiples visiones diferentes
sobre la ciudad, sobre nuestro entorno, sobre el paisaje, sobre el medio
natural, todas ellas exquisitas, imaginativas, sugerentes. Es la capacidad del
hombre moderno de intervenir en su medio, de transformarlo o conservarlo, en virtud
de sus valores, de sus necesidades, lo que otorgará la claridad necesaria para
el sostenimiento de un mundo habitable. Artificialmente.
Proyecto de Formalhaut en Vogelsberg, Hessen
En el pasado, la naturaleza de la
discusión era de otro tenor. Por ejemplo, Platón defendía que todos los
artefactos (incluyendo las obras de arte) son imitaciones de algo natural, de
algo genuino u original. Para Platón, decir que algo es "artificial"
es decir que esa cosa parece pero no es realmente aquello que imita. Lo
artificial es meramente aparente, lo único que hace es mostrar cómo es alguna
cosa. Aristóteles planteaba la cuestión de un modo diferente. Creía que la
naturaleza y el arte (lo natural y lo artificial) no tienen nada en común,
constituyen dos esferas diferentes de la realidad. En consecuencia,
las leyes que gobiernan estos dos tipos de entidades difieren de
forma esencial y, por esta razón, el conocimiento de ambas también es distinto.
Aristóteles pone el acento en el carácter de producto humano de los artefactos
como su rasgo común más distintivo.
La dicotomía aristotélica
natural/artificial queda destruida en el siglo XVII por Bacon y Descartes.
Mientras que anteriormente la fuente de la analogía era la naturaleza y su
objetivo los artefactos, desde el siglo XVII es la esfera artificial la que
sirve como modelo para comprender la naturaleza. Según Descartes no hay en
principio ninguna diferencia entre los cuerpos naturales y los artificiales
(máquinas), solamente se distinguen por sus tamaños y proporciones. Mientras
que los tubos, muelles y ruedas que el artesano construye son grandes, los
producidos por la naturaleza son pequeños y casi invisibles o difíciles de
percibir.
Más recientemente se ha decidido
absurdamente que lo natural es lo valioso mientras que lo artificial, o sea,
toda la obra humana, incluso la de transformación de lo natural, es peor,
cuando no perjudicial. Sin embargo, olvidamos que el ordenador, el móvil o el
automóvil son artefactos, o lo que es lo mismo, elementos artificiales,
imprescindibles para muchos, valorados y bien vistos en cualquier lugar al que
nos acompañen.
Hubo un tiempo en que se hablaba
de la presencia de marcianos en la Laguna de Medina. Si alguno de ellos hace un
par de domingos hubiera caminado por ese espacio natural intervenido con
pasarelas de madera tratada (¿natural o artificial?) y lo hubiera encontrado
invadido por familias disfrutando del domingo (cosa natural), con los coches
(artificial pero integrado) estacionados prácticamente en la misma orilla de la
laguna (poco natural), las latas de coca-cola y otros residuos tirados en el
medio natural (artificial, muy artificial) y con el paisaje ocupado por molinos
de energía eólica natural (bastante artificial), hubiera pedido que lo llevaran
de regreso a su casa o, como mínimo, habría necesitado respiración artificial.
Naturalmente.
Laguna de Medina, foto de B. de Tagore.
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Etiquetas: arquitectura, Jerez
viernes, 9 de enero de 2015
006
CERCA DE ÁFRICA (2), VISITEZ LE MARROC.
Vista del Pabellón de Deportes desde el otro lado del río. Fotografía de Fernando Alda
Martil es un pueblo pequeño en la costa mediterránea
de Marruecos, cercano a Tetuán, que de tener durante el año no más de 30.000
habitantes llega a alojar durante los meses de verano a 300.000. Si las
ciudades del norte de Marruecos nos emocionan por lo que tienen de viaje a
nuestra infancia, ya que están impregnadas de la Andalucía de las primeras
décadas del S. XX, Martil añade la huella del turismo de los 60, con un desarrollo
urbanístico que allí se impone dos décadas después que en nuestro país y con las
especifidades de la cultura musulmana.
En este contexto empezó a trabajar hacia el final
del siglo XX la ONG Desarrollo
y Solidaridad, pequeña organización impulsada por un grupo de amigos animosos y
presidida por un incansable maestro de escuela que algún día alguien tendría que, por lo menos, beatificar. Con la financiación de una partida económica de
cooperación de la
Consejería de Turismo y Deporte proyectamos un edificio que tendría
que ser principalmente útil, duradero y con el menor mantenimiento posible. Su
imagen sería la de la arquitectura de su tiempo, sin pretensiones de incorporar
elementos historicistas o vernáculos. El entorno y en general todo Marruecos se
debate entre la tradición y la modernización introducida por la influencia
francesa. La presencia española también dejó algunas muestras de modernidad,
aunque casi siempre teñida por cierto aire “kitch”, imágenes que se
corresponden con lo que en España se conoció como la Arquitectura del
Regionalismo.
En
un lugar no cualificado; fuera del centro histórico, junto a la antigua desembocadura
del río Martil, hoy pendiente de una regeneración integral, al lado de un antiguo
depósito de agua potable en desuso, cerca de uno de los monumentos más
importantes del pueblo, la torre defensiva construida por portugueses hace más de tres
siglos, en el espacio que ocupaban unas antiguas viviendas derruidas contiguas
al campo de fútbol, se nos cedió un terreno para la construcción del espacio
polideportivo.
Nos
interesó más trabajar con los medios y las posibilidades de la industria local
de la construcción y con las formas, espacios, colores, materiales, la luz y el
clima del lugar donde realizamos la intervención. Se proyectó una sala construida
con muros de hormigón armado y cubierta ligera con cerchas metálicas y panel
sándwich de chapa de aluminio prelacada. Se abrieron huecos en dirección este/oeste para la
ventilación permanente de la sala. El cuerpo principal del edificio se alineó
con la calle de acceso y con la fachada hacia el río. El acceso principal se
produce a través de un espacio al aire libre, un plano inclinado que conduce a
una terraza que se desarrolla a lo largo de la fachada este del edificio. Esta
terraza será una tribuna hacia el campo de fútbol y hacia el mar. Desde ella se
accede al graderío proyectado para la sala cubierta. También tendrá un pequeño café, aprovechando un quiebro de la medianera norte.
En el plano inclinado del acceso se abre una
embocadura que conduce al interior de la instalación. Tras la puerta se accede
a una sala hipóstila, que se desarrolla bajo la terraza descrita y que
contendrá el control del edificio, los vestuarios y los aseos. Junto a la
medianera norte, el plano inclinado se quiebra para permitir un acceso directo
hacia el campo de fútbol bajo la terraza. En este espacio se ubica una escalera
que permite subir directamente a la terraza. Desde la pieza de vestuarios se
accede también al campo de fútbol de modo que en el futuro, los vestuarios serían
compartidos, optimizando la instalación. Los aseos y vestuarios, un almacén y la
enfermería se ubican en recintos construidos con fábrica de ladrillo revestida
con azulejos de colores. Esta sala se iluminará naturalmente con pequeñas
linternas abiertas en el techo de hormigón y a través de la celosía cerámica
proyectada hacia el campo de fútbol.
Entre los años 2004 y 2008 se llevó a cabo la
ejecución. Nos ayudó el joven y pundonoroso arquitecto tetuaní Lioua Eddine,
quien con su honradez, modestia y simpatía se convirtió en amigo entrañable. Las
obras fueron ejecutadas por el maestro Boulal, albañil anciano y sabio, que con su pericia nos enseñó el valor de muchos oficios que en nuestro país están
desapareciendo. Pasados todos estos años, el pabellón se usa a diario por decenas de jóvenes deportistas.
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Etiquetas: arquitectura, Marruecos, viajes
viernes, 2 de enero de 2015
005
LA GEOMETRÍA DEL AMOR
(Este texto fue publicado en el dominical del periódico El Independiente de Cádiz el 07/07/2013)
Callejero, Juanángel González de la Calle
Uno de los relatos que integran el libro del norteamericano John Cheever La geometría del amor, dio lugar a una película protagonizada por Burt Lancaster y dirigida por Frank Perry en 1968. El Nadador cuenta la historia de un ejecutivo corriente, Ned Merryl, que un domingo de verano, resacoso y agotado por la juerga de la noche anterior, mientras toma un cóctel en casa de unos amigos, repentinamente, toma la decisión de volver a casa recorriendo las millas que lo distancian nadando de piscina en piscina por los jardines de las casas de sus vecinos. Uno de los momentos más vibrantes del relato se produce cuando Neddy tiene que atravesar una autopista que cruza el valle con varios carriles en cada dirección para poder continuar su particular odisea y, ataviado únicamente con su ajustado bañador, recibe las bromas e insultos desde los coches que pasan ininterrumpidamente a gran velocidad.
Cheever es un novelista brillante y complejo, con una rica vida interior, una desastrosa vida personal y un maravilloso talento para la literatura. Se ganó la vida escribiendo relatos que publicaba The New Yorker, revista de culto de la época. Escribió muchos y sólo unas pocas novelas, todos con una calidad literaria que le otorgó el ser considerado uno de los grandes novelistas americanos de la mitad del siglo pasado. Sus textos describen de modo irónico y descarnado la vida de los ejecutivos que trabajan en las grandes ciudades del norte de EEUU y que tornan a dormir a las urbanizaciones lujosas de las afueras, agrupadas en racimos a lo largo de las autopistas….
El modelo de ciudad americana descrito por Cheever, que sigue el modelo de ciudad anglosajón, se distancia mucho del de las ciudades que habitamos, que se extiende en torno al mediterráneo a partir del imperio romano y que se ha mantenido vigente durante los últimos 20 siglos, ciudad compacta, cercana, densa y básicamente peatonal. Estas ciudades se fueron rehaciendo, reedificando una y otra vez, cubriendo las necesidades de vivienda y equipamientos que en cada época se demandaban por los ciudadanos. Sin embargo, al final del siglo XX se desató en nuestro país un huracán urbanizador que ha multiplicado por mucho la cantidad de suelo ocupado mientras que la población se multiplicó por bastante menos. Los regidores de nuestras ciudades olvidaron el ADN urbano sintetizado a lo largo de la historia y permitieron o propiciaron aumentos exagerados de su tamaño, y lo que es peor, esos crecimientos se han generado al margen de su forma, de sus tramas históricas, de sus líneas generadoras, de su esencia.
La ley del péndulo hizo que tras la instauración de la
democracia, se optara por la contención de las alturas y por tanto de las
densidades, en respuesta al desarrollismo de los años 60/70. Pasados los años el
péndulo volvió a recorrer el camino opuesto dando lugar a la famosa burbuja
reciente. Y todo ello ocurrió sin que la legislación del suelo resolviera el
problema de fondo: la falta de herramientas para la gestión eficaz del suelo
urbano, pues es justo ahí donde tienen que ocurrir las verdaderas
transformaciones urbanas. Por tanto, esta parada generalizada que tanto daño
nos está haciendo, debe servir para repensar nuestras ciudades y recuperar el
camino de los crecimientos medidos y acordados con la propia historia, con la
realidad y con el respeto por lo que fuimos pero también por los que serán.
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Etiquetas: arquitectura, cine, literatura
jueves, 1 de enero de 2015
004
CERCA DE ÁFRICA (3), IN THE MOOD FOR LOVE
Viajaba junto con un grupo de amigos pertenecientes a una ONG con el objetivo de establecer estrategias de trabajo en el norte de Marruecos. Se habían citado con unos marroquíes para cenar aquella noche fría de otoño. Él estaba particularmente excitado porque acababan de llegar a la ciudad atlántica que tres o cuatro décadas atrás su padre, al que tanto añoraba, había tenido que visitar con regularidad por motivos de trabajo. Le producía una sensación de gozo imaginarlo en otro tiempo, recorriendo los mismos lugares que él visitaba por primera vez. Se alojaron en el mismo hotel que recordaba haber oído mencionar a su padre. Se trataba de un edificio de estilo colonial, con toques regionalistas, propios de la época en que fue construido, a principios del siglo XX. La única diferencia, pensaba, era que el edificio había perdido el lustre que en otro tiempo tuviera, como todo en esa región que tan poca simpatía despertaba en la monarquía alauita, razón por la que se mantenía como congelada, descomponiéndose poco a poco.
Ella apareció en el vestíbulo del
hotel y se dirigió al mostrador de recepción justo en el momento en
el que el grupo se reunía para salir. Desde la parte superior de la
escalera circular podía ver a una chica morena, con el pelo muy
corto, que vestía un elegante abrigo negro largo y pantalones y
zapatos de tacón del mismo color. En la distancia su voz sonaba
dulce y delicada y mantuvo una breve conversación con el muchacho de
recepción. Al tiempo que ellos bajaban, ella inició la ascensión a
la planta principal de hotel, donde seguramente se alojaban ese día
los pocos huéspedes que parecía haber. Se cruzaron a la mitad de la
escalera y se miraron mutuamente a los ojos. Por un momento el tiempo
se detuvo y pareció que la acción se desarrollaba a cámara lenta.
Pudo así observar la suave piel blanca sin maquillaje de su rostro y
de sus manos, fuertes y huesudas. Y la boca grande y perfecta en la
que aparecieron sus dientes blancos y alineados cuando le dedicó
aquella sonrisa. Pasados unos segundos se dió la vuelta y pudo
apenas ver como sus pasos la conducían por el pasillo hacia su
habitación . Se le quedó una cara de bobo sobre la que sus amigos
no dudaron en tomarle el pelo el resto de la noche.
A la mañana siguiente fueron a un
desayuno de trabajo con otros marroquíes en el restaurante contiguo
al hotel. Se sentaron en el fondo del salón y allí estuvieron
intercambiando opiniones sobre posibles procedimientos y acciones a
realizar en aquella ciudad. De pronto la vio aparecer, cargada con
su maletín, con intención de desayunar antes de iniciar la jornada
de trabajo. Se sentó en el extremo opuesto al que ellos ocupaban.
Él, que se encontraba un poco ausente en la reunión, no dudó en
levantarse y dirigirse directamente hacia la mesa en la que ella se
había sentado. Le dio los buenos días y ella le invitó a
acompañarla. Rápidamente se estableció entre ellos la misma
complicidad que la noche anterior en la escalera. Se contaron los
motivos por los que se encontraban allí. Él la hizo reír varias
veces, cosa que no le costaba gran esfuerzo. Le habló de su padre, de
la fábrica de conservas de pescado y ella de su jefe allí, un
personaje del cual él recordaba haber oído contar anécdotas a su
padre. Ella se ofreció a llevarle a dar una vuelta por las antiguas
instalaciones conserveras en el coche que la recogería en unos
minutos, un mercedes muy antiguo, perfectamente conservado. Así lo
hicieron. Después ella se quedó en la fábrica donde tenía que
implantar un sistema informático de trabajo y a él lo volvieron a
llevar al hotel, siguiendo las instrucciones de la chica. Antes de
despedirse se intercambiaron los teléfonos y quedaron en llamarse
cuando volvieran a venir a Marruecos.
No fue así. El primer día de trabajo
siguiente, al terminar la jornada, la llamó. Estuvieron hablando por
teléfono tanto tiempo como no recordaba haberlo hecho nunca. Una
semana más tarde estaba volando a la ciudad de ella, 1000 Km al
norte de la suya. A la mañana siguiente, todavía de
madrugada, el tomó un vuelo de regreso. Durante los meses siguientes
fueron una de tantas parejas que sólo se encuentran los fines de semana. Unas veces él volaba al
norte, otras ella al sur.
Pero no pudo ser. Las incógnitas
ganaron a las certezas y la pareja se derrumbó antes de que el
cariño pudiera sustituir a la pasión y convertir en estable aquella maravillosa aventura.
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