CERCA DE ÁFRICA (3), IN THE MOOD FOR LOVE
Viajaba junto con un grupo de amigos pertenecientes a una ONG con el objetivo de establecer estrategias de trabajo en el norte de Marruecos. Se habían citado con unos marroquíes para cenar aquella noche fría de otoño. Él estaba particularmente excitado porque acababan de llegar a la ciudad atlántica que tres o cuatro décadas atrás su padre, al que tanto añoraba, había tenido que visitar con regularidad por motivos de trabajo. Le producía una sensación de gozo imaginarlo en otro tiempo, recorriendo los mismos lugares que él visitaba por primera vez. Se alojaron en el mismo hotel que recordaba haber oído mencionar a su padre. Se trataba de un edificio de estilo colonial, con toques regionalistas, propios de la época en que fue construido, a principios del siglo XX. La única diferencia, pensaba, era que el edificio había perdido el lustre que en otro tiempo tuviera, como todo en esa región que tan poca simpatía despertaba en la monarquía alauita, razón por la que se mantenía como congelada, descomponiéndose poco a poco.
Ella apareció en el vestíbulo del
hotel y se dirigió al mostrador de recepción justo en el momento en
el que el grupo se reunía para salir. Desde la parte superior de la
escalera circular podía ver a una chica morena, con el pelo muy
corto, que vestía un elegante abrigo negro largo y pantalones y
zapatos de tacón del mismo color. En la distancia su voz sonaba
dulce y delicada y mantuvo una breve conversación con el muchacho de
recepción. Al tiempo que ellos bajaban, ella inició la ascensión a
la planta principal de hotel, donde seguramente se alojaban ese día
los pocos huéspedes que parecía haber. Se cruzaron a la mitad de la
escalera y se miraron mutuamente a los ojos. Por un momento el tiempo
se detuvo y pareció que la acción se desarrollaba a cámara lenta.
Pudo así observar la suave piel blanca sin maquillaje de su rostro y
de sus manos, fuertes y huesudas. Y la boca grande y perfecta en la
que aparecieron sus dientes blancos y alineados cuando le dedicó
aquella sonrisa. Pasados unos segundos se dió la vuelta y pudo
apenas ver como sus pasos la conducían por el pasillo hacia su
habitación . Se le quedó una cara de bobo sobre la que sus amigos
no dudaron en tomarle el pelo el resto de la noche.
A la mañana siguiente fueron a un
desayuno de trabajo con otros marroquíes en el restaurante contiguo
al hotel. Se sentaron en el fondo del salón y allí estuvieron
intercambiando opiniones sobre posibles procedimientos y acciones a
realizar en aquella ciudad. De pronto la vio aparecer, cargada con
su maletín, con intención de desayunar antes de iniciar la jornada
de trabajo. Se sentó en el extremo opuesto al que ellos ocupaban.
Él, que se encontraba un poco ausente en la reunión, no dudó en
levantarse y dirigirse directamente hacia la mesa en la que ella se
había sentado. Le dio los buenos días y ella le invitó a
acompañarla. Rápidamente se estableció entre ellos la misma
complicidad que la noche anterior en la escalera. Se contaron los
motivos por los que se encontraban allí. Él la hizo reír varias
veces, cosa que no le costaba gran esfuerzo. Le habló de su padre, de
la fábrica de conservas de pescado y ella de su jefe allí, un
personaje del cual él recordaba haber oído contar anécdotas a su
padre. Ella se ofreció a llevarle a dar una vuelta por las antiguas
instalaciones conserveras en el coche que la recogería en unos
minutos, un mercedes muy antiguo, perfectamente conservado. Así lo
hicieron. Después ella se quedó en la fábrica donde tenía que
implantar un sistema informático de trabajo y a él lo volvieron a
llevar al hotel, siguiendo las instrucciones de la chica. Antes de
despedirse se intercambiaron los teléfonos y quedaron en llamarse
cuando volvieran a venir a Marruecos.
No fue así. El primer día de trabajo
siguiente, al terminar la jornada, la llamó. Estuvieron hablando por
teléfono tanto tiempo como no recordaba haberlo hecho nunca. Una
semana más tarde estaba volando a la ciudad de ella, 1000 Km al
norte de la suya. A la mañana siguiente, todavía de
madrugada, el tomó un vuelo de regreso. Durante los meses siguientes
fueron una de tantas parejas que sólo se encuentran los fines de semana. Unas veces él volaba al
norte, otras ella al sur.
Pero no pudo ser. Las incógnitas
ganaron a las certezas y la pareja se derrumbó antes de que el
cariño pudiera sustituir a la pasión y convertir en estable aquella maravillosa aventura.
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