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miércoles, 29 de abril de 2015

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VILLAMARTA: OBRA EN TRES ACTOS

sección del proyecto original, abajo sección del proyecto de rehabilitación

Uno. Teodoro Anasagasti fue arquitecto, dibujante, profesor, académico, restaurador, escritor, gran viajero, articulista, editor... es decir, un hombre ilustrado. Entre otros encargos en Jerez, recibió el de realizar el Teatro Villamarta en el antiguo solar del convento de la Vera Cruz. Propuso un gran teatro moderno, de gran capacidad, aproximadamente 2000 localidades, uno de los mayores de nuestro país, construido en hormigón armado, técnica constructiva que apenas se estaba introduciendo en aquellos lejanos años veinte. Una estructura que según se desprende de los planos, y se constató en la rehabilitación del teatro, era ciertamente arriesgada, aunque los elementos de hormigón se construyeron fuertemente armados. Como buen conocedor de las tendencias de la época, diseñó para la composición de los volúmenes exteriores una imagen moderna, actual en aquel momento, muy relacionadas con los edificios que años antes se estaban realizando en Europa, concretamente con las propuestas de la Secessión Vienesa, cuyo principal representante fue Josef Hoffman. Al final del siglo XIX se producen en el entorno europeo un nuevo estilo arquitectónico que adoptó diversos nombres según el país: Jugenstil en Alemania, Art Nouveau en Francia y Bélgica, Secessión en Austria, Liberty en Italia, Modernisme en Cataluña: el Modernismo. Modernismo que no hay que confundir con Movimiento Moderno, que es la propuesta triunfante de la arquitectura del siglo XX, con Le Corbusier como mejor ejemplo de las nuevas ideas: arquitectura de formas puras, hormigón armado, abstracción compositiva, ruptura con el pasado, etc.
               
A nivel urbano el proyecto de Anasagasti es muy interesante, pues resolvió con habilidad la condición de esquina del solar, su relación con la plaza que se creó frente al Teatro y con la calle Bodegas, que para mayor dificultad discurre unos tres metros más alta de la de Medina.

Dos. Es conocido el devenir del teatro a lo largo del siglo XX: poco a poco fue perdiendo su uso originario convirtiéndose en el cine principal de la ciudad hasta su cierre y posterior compra por parte del Ayuntamiento. En convenio con las Consejerías de Obras Públicas y Cultura de la Junta de Andalucía, se realizó en los años noventa un proyecto de Rehabilitación redactado por los arquitectos José A. Carbajal, José Luis Daroca y Rafael Otero. El nuevo proyecto conservaba la envoltura exterior del edificio y la estructura de muros de hormigón que envuelve la sala, así como los forjados de las dependencias auxiliares hacia la calle Medina. También se conservaron la boca de la escena y el falso techo de la sala principal, los elementos que le dan la identidad al teatro. El resto fue demolido y se introdujeron cambios sustanciales que enriquecieron considerablemente el proyecto original: un nuevo peine sobre el escenario, un nuevo anfiteatro que mejora la visión tanto desde el patio de butacas como desde aquél, un nuevo vestíbulo y escaleras de acceso a las plantas superiores. A nivel decorativo se renovaron los acabados del teatro, maderas nobles en el interior de la sala, mármoles en suelos y paredes de los espacios comunes. En 1998 se reinauguró el nuevo Teatro Villamarta con la presencia de la princesa Elena y la actuación del tenor canario Alfredo Kraus.

A nivel urbano, se recuperó el espacio de plaza para el peatón, ya que con el tiempo había sido ocupado por un lado por el edificio de Correos y por otro, por una gran parada de autobuses y taxis que desplazaron el uso cívico de este espacio. El nuevo proyecto dejó apenas una estrecha calle rodada para el registro de la manzana y se remató la plaza recuperada con un precioso banco corrido de piedra frente a la fachada principal del teatro, reforzando el carácter peatonal y de estancia del lugar.

Tres. Tras la inauguración, la propuesta decorativa escueta de los arquitectos no gustó a ciertos sectores de la sociedad jerezana, y se organizó un movimiento en contra que acabó dando lugar a la redacción, por parte de la desgraciadamente extinta Gerencia Municipal de Urbanismo, de un nuevo proyecto de reformas liderado por una conocida decoradora local. Dicho proyecto dotó al interior del teatro de su actual imagen, que quedó a medias entre la acertada propuesta de los arquitectos Carbajal, Daroca y Otero y los errores de bulto de las últimas reformas. Se sustituyeron las lámparas en la sala principal, se pintaron telones innecesariamente, se cambiaron lujosos mármoles verdes griegos por estucos rojizos (la paradoja es que el estuco es una técnica que intenta imitar el mármol) y como gran propuesta de imagen urbana se adosó un cortavientos a las preciosas carpinterías que los arquitectos ejecutaron. Este cortavientos, que a nivel de uso es absolutamente confuso, fue diseñado sin relación alguna con el estilo depurado tanto del proyecto inicial como del de los arquitectos autores de la rehabilitación.

Epílogo. La vida de los edificios, salvo excepciones, suele ser larga, a veces mayor que las de las personas que participan en los procesos de construcción de los mismos. Si el edificio es afortunado, como es el caso, dejan de pertenecer al autor o autores: Villamarta, Anasagasti, etc., y pasan a ser patrimonio de la colectividad. A ésta le concierne su devenir, y de los necesarios cuidados que cada cierto tiempo se le dediquen, dependerá el que se encuentren en perfecta forma en el futuro para su uso por los que hayan de venir después de nosotros. 



 El árbol de la vida de Gustav Klimt 1909


El árbol de la vida.

Con un simple retablo compuesto por tres cuadros de sarga blanca y un árbol deshojado, ojado al final de la función, el pasado viernes se representó Entremeses, de Miguel de Cervantes, en el Teatro Villamarta. Un amanecer de primavera, los mirlos cantando. Así da comienza la obra reinterpretada por el teatro de la Abadía, un conjunto de actrices y actores estupendos, dirigidos por Jose L Gómez, que, sobre todo, hicieron reír a los asistentes, pero también admirar el valor de la cultura a través de uno de los medios más antiguos y menos valorados en la actualidad en este país: el teatro.

Puro teatro, pura risa, pura literatura, puro idioma, todo ello para gente viejuna (no toda preparada y/o educada para asistir a este espectáculo) que era la mayoría del público asistente, salvo un puñado de adolescentes dóciles, bien aconsejados por sus padres. ¿Qué va a ser del teatro en el futuro si los jóvenes no lo sustentan?

La escena limpia, limitada por los tres planos blancos, un pequeño conjunto de instrumentos y herramientas para producir música y ruidos y por dos hileras de sillas y escabeles con los ropajes que los actores fueron necesitando a lo largo de los tres entremeses representados, cantados y bailados. El primero La cueva de Salamanca, una historia de burla e infidelidad en el marco del matrimonio; después, El viejo celoso, estupenda recreación de situaciones que siguen teniendo la misma vigencia cuatrocientos años después de haber sido escrita; y para terminar, El retablo de las Maravillas, el engaño a la vanidad. El universo picaresco y libertino de Cervantes. Y el refranero y las canciones para encadenar las tres piezas, los tres actos de la función.

Además de los pajaritos, fueron muchos los animales que se “vieron” sobre el escenario: osos, leones, tigres, dragones, ratones. Personajes históricos también, Herodías bailando, Sansón abrazado a las columnas del templo, etc. Y truenos y pasos y ruidos de goznes y portazos y música popular. Tan castellano todo y, sin embargo, tan cercano. Y una imponente encina presidiendo el espacio, presidiendo el patio de la casa, la plaza del pueblo, el lugar de la asamblea de los vecinos.

El epílogo, un atardecer bucólico en espera de la llegada de la noche. Los pajaritos callan, la fiesta ha terminado, los vecinos cantan con nostalgia. Mañana volverá el amanecer y la risa. Hasta la muerte, todo es vida.




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